Ave María
Estimadas hermanas y hermanos:
¿Por qué la
noche del 24 de diciembre dejamos la comodidad de nuestras casas para ir al
templo y celebrar la liturgia solemne de la Navidad? Es cierto que muchos
dirán: esta no es una buena pregunta. Lo hacemos cada año. ¡Siempre ha sido
así! En realidad parece ser así. Parece que hacemos simplemente lo obvio. Sin
embargo podemos preguntarnos; ¿en realidad es obvio que ya tarde, p o r la
noche, salga uno de casa y se dirija a la oscuridad?
No es obvio,
así como no lo fue en aquella primera noche, cuya memoria celebramos en
Navidad, cuando los pastores en Belén, caminaron en la oscuridad de la noche
atravesando los campos. Primero los pastores y luego un grupo poco más estimado
de la sociedad hicieron ese camino, sólo porque del Mensajero de Dios, habían
escuchado ese mensaje grande e increíble: “Hoy
les ha nacido, en la ciudad de David, un salvador, que es el Mesías, el Señor” (Le
2, 11) ¡Hay un Salvador para vosotros! Entiéndanlo todos: ¡Hay un Salvador para
vosotros!
Es también
para nosotros un gran mensaje, para nosotros que somos personas inquietas e
indefensas, que muy seguro no sabemos de
dónde venimos ni a dónde vamos, que nacimos en este mundo y que partiremos de
este mundo en la oscuridad misteriosa de la muerte, éste es también para
nosotros un gran mensaje: Hay un Salvador para ustedes, uno que puede y quiere
curarlos, un Señor a quien se pueden dirigir y decir: Señor, escúchame; Señor
¡ten piedad! El es el castillo donde se puede encontrar refugio y seguridad, es
el fundamento de sus vidas; el punto de referencia que brilla como una estrella
a la cual pueden seguir; un Salvador que da calor como el sol, que ama con un
padre, que ama como una madre y cura como un buen médico. Hombres y mujeres,
hay un Salvador para vosotros: ¡Cristo, el Señor, que ha nacido en la ciudad de
David, en Belén!
Este es el
mensaje que hemos escuchado nosotros, el mismo que escucharon los pastores. Lo
hemos escuchado en la voz de los mensajeros que Dios ha enviado a nuestras vidas:
nuestros padres que nos lo han contado desde que éramos niños; aquel mensaje
que al mismo tiempo ellos habrían escuchado de sus padres, es el mismo que se
ha trasmitido de generación en generación durante muchos siglos.
Es el
mensaje que los Apóstoles, dejando el Cenáculo, han proclamado como la buena y
grande noticia: Entiéndalo todos: hay un Salvador para nosotros: es Cristo, el
Señor, que murió en la cruz y que Dios ha resucitado de entre los muertos
¡Jesús, nacido de María en la gruta de Belén!
El Salvador
que nosotros los cristianos honramos, es el Salvador que ha surcado los
terrenos del sufrimiento humano y de la muerte, el Salvador que Dios Padre ha
hecho volver a sí, en la resurrección. No hay felicidad en la Navidad sin la
cruz sobre la cual sufrió nuestro Señor. Es muy cierto: así como creemos que en
la Navidad no se celebra el nacimiento de cualquier niño, sino el nacimiento de
un niño que es verdadero Dios y verdadero hombre, quien ha tomado nuestras
debilidades, nuestros sufrimientos y nuestros dolores, así es como dejamos en
esta noche la comodidad de nuestras casas para presentarnos en el templo:
¡buscando a nuestro Salvador!, ¡buscando a nuestro Dios!
No solamente
nosotros lo buscamos. Todos, aún los que no son conscientes de ello, lo buscan.
Aquellos que buscan la verdad, a él lo buscan; aquellos que tienen hambre de
felicidad, a él lo buscan; aquellos que no tienen amor, a él lo buscan;
aquellos que no tiene casa ni patria, a él lo buscan; también los buenos y los
malos, los creyentes y los no creyentes. Todas las personas que tienen en su
corazón una inquietud, están en busca de él. Mientras respiremos estaremos a él
buscándolo. Mientras tengamos los ojos abiertos, lo estaremos buscando a él.
Hasta donde podamos ir, estaremos en su búsqueda. Hasta donde podamos pensar,
lo estaremos siempre buscando. ¡Toda la humanidad a él lo busca!
Pero no
todos lo encuentran. Como los ángeles decían:
“Esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado
en un pesebre” (Lc 2, 12). Encontrarán solamente a un pobre niño, pequeño,
envuelto con delicadeza en pañales pero ¡recostado en un pesebre!
Todas las
personas buscan al Dios que salva, al Salvador y Señor de sus vidas. Pero lo
podrán encontrar solamente aquellos que estarán dispuestos a buscarlo donde
solo se puede encontrar: en un niño que
en un establo, ha nacido de padres pobres. En un primer momento los
pastores se pudieron haber desilusionado cuando, después de haber hecho un
largo viaje encontraron sólo a María, a José, al niño y nada más; en el establo
no había ninguna luz brillante ni voces celestiales.
Sin embargo
las Escrituras dicen: “Los pastores se
volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían
visto y oído, según lo que se les había anunciado” (Lc 2, 20). Aun en la
oscuridad de la fe ¡los pastores comenzaron a creer que el gran Dios, que ni
los cielos pueden contener, se hizo presente entre ellos en la persona del
pequeño niño recién nacido!
De la misma
manera, cuando estemos dirigiéndonos de nuevo al templo durante la noche de
Navidad buscando al Dios de nuestras vidas, lo podremos encontrar solo si lo
buscamos ahí donde se puede encontrar: en el “pobre establo” de su Iglesia, en
la “casa derruida” de un cristianismo dividido, en medio de un pueblo que es
pueblo de pecadores y que no siempre hace progresos en la reconstrucción del
Templo vivo de Dios. Dios puede ser encontrado en las especies del pan y del
vino. El niño en el pesebre y el Señor en la cruz comparten la suerte de los pobres
y de los desesperados. Nuestro Salvador extiende sus brazos sobre todos
aquellos que viven sin esperanza, sobre los que no pueden amar y sobre los que
no son amados. Nuestro Señor tiende las manos hacia las guerras en todo el
mundo, hacia los que dominan, hacia los fuertes, hacia el vacío de los bien
nutridos, hacia la desesperación humana, ¡hacia nuestro hielo, nuestro mundo,
nuestra Iglesia, nuestra historia!
Mi deseo
para esta Navidad es que todos aceptemos, como los pastores, el pobre signo del
establo que se nos da y reconozcamos ahí a nuestro Dios que se hace presente en
su pequeña, pecadora, defectuosa y seguido pedante Iglesia; reconozcamos al
Dios que sufre y muere en la cruz, al Dios que vive junto a nosotros, al Dios
presente en el pan y el vino. Deseo que sepamos reconocer el amor de Dios que
se ha hecho pequeño para que el pastor más pobre y hasta el último pecador
puedan confiar en él y escuchándolo, crean en el mensaje maravilloso: “No teman. Les traigo una buena noticia, que
causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de
David, un salvador, que es el Mesías” (Lc 2, 10-11). ¡Escuchará quien tiene oídos! ¡Se sorprenderá quien tiene ojos! !Gozará
quien tiene corazón!
A todos
vosotros, y en nombre de los frailes de la Comunidad de San Marcelo en Roma,
les deseo una muy ¡feliz Navidad y un año nuevo lleno de bendiciones!
Bengaluru (India), 30
de noviembre de 2014
ler. Domingo
de Adviento, inicio del Año de la Vida Consagrada
Fray Gottfried
Mª Wolff, O.S.M.
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