
La figura del Beato Andrés es conocida en la hagiografía de
la Orden desde el siglo XV, sin embargo ya al final del siglo XIV su retrato se
encuentra en un fresco en la capilla de la iglesia de la Orden en Siena, junto
con el de otros santos frailes.
Gracias a la documentación existente sabemos que en 1273
conoció en Sansepulcro a San Felipe Benicio, del cual escuchó una homilía sobre
la renuncia de los bienes terrenos que lo llevó a decidir entrar en la Orden. La
decisión de entrar en la Orden podría haber sido en 1272. En 1280, siempre
según la tradición, fue ordenado sacerdote; regresó a Sansepulcro en 1285. Durante
un largo periodo fray Andrés vivió su vida religiosa alternándose entre el
convento de Sansepulcro y la ermita de Barúcola. Precisamente en Barúcola, la
mañana del 31 de agosto de 1315, en la hora predicha por él mismo y después de
una noche de oración, fue llamado por Dios. Su cuerpo, encontrado por los
hermanos en la actitud de oración bajo una grande haya, fue trasladado a
Sansepulcro donde desde entonces es custodiado en la iglesia de Santa María de
los Siervos.
Una Leyenda quiere que algunos osos, que deseaban estar cerca
del cuerpo ya que se había convertido en amigo de ellos, habrían excavado una
fosa para impedir el traslado a Sansepulcro. En la ciudad el cuerpo fue
sepultado en la iglesia de los frailes Siervos de Santa María, donde fue visto
por el visitador apostólico en 1583 y donde, en 1740, fue puesto en una nueva
urna colocada dentro del altar mayor.
La vida del Beato
Andrés evoca dos características fundamentales de la vida cristiana, y de la
vida religiosa en particular. Ante todo, el primado de Dios, al cual dedicar el
tiempo de la escucha. Después la atención de los hermanos a los cuales
transmite la Palabra de Dios. Por tanto, la dimensión comunitaria – y eclesial
– de la experiencia cristiana: el de Barúcola, en efecto, no es un eremitorio
individual, sino más bien comunitario. Por último, la capacidad de estar en
comunión con la creación. Ciudad y montaña, convento y ermita, escucha y
predicación: más que indicar elementos opuestos estos términos encierran los
muchos aspectos de la vida espiritual del Beato Andrés, figura única en la
persistencia del aspecto ermitaño dentro de la Orden aun después de la
experiencia originaria.